martes, 28 de abril de 2009

Desgranando el humor (IV): La repetición

Un determinado chiste o gracieta repetido en el momento justo puede despertar la hilaridad del público. Por ello, un recurso muy usado en el mundo de la comedia es la repetición. Sin embargo, si se fuerza mucho la gracia se rompe. Los griegos nos mostraron lo mejor y lo peor de la repetición cómica, como nos contó el gran humorista Albert Camus y como queda patente en el ejemplo de hoy:

Albert Camus fue un gran pensador, ensayista, dramaturgo y novelista argelinofrancés, y probablemente una de las personas con más talento y menos pelos en la lengua del siglo XX.
Como curiosidad, diremos que nació en Constantina. No, no en la Sierra Norte de Sevilla, sino en una ciudad de Argelia que se llama así.
Su primer chiste sonado fue publicado en un magazine llamado "l'Alger Républicain", fue una investigación llamada "la miseria de la Kabilya", que motivó el simpático cierre del periódico por parte del socarrón Gobierno Militar de Argelia, que por otra parte se las idearon para que Camus no encontrara ningún otro trabajo, hecho que Camus se tomó muy bien, puesto que si uno hace bromas también debe saber aceptarlas, de modo que empaquetó sus bártulos y se mudó a París, donde ya definitivamente rompió con el humor de índole comunista que había cultivado hasta entonces y emprendió un nuevo camino con comedias anarquistas y existencialistas.
Como ejemplo de su locuacidad y su facilidad para los juegos de palabras, hay quien le atribuye -yo, por ejemplo- la anécdota de haber sido la primera persona en decir, poco después de haber ingresado en ella, que lo de Fédération Anarchiste le sonaba bastante gracioso, ante el estupor de sus compañeros, que dudaron entre llamar a la policía -opción desechada de inmediato, por suponer una colaboración con el sistema- o reirle la gracia al nuevo, como sucedió, contribuyendo así a crearle la gran fama de cómico que cosechó durante su vida.
Un buen día estaba escribiendo chistes existencialistas cuando se dio cuenta de que el tema estaba agotado, no le parecía gracioso encontrar el significado absoluto y predeterminado dentro del universo, de modo que alteró el chiste, sosteniendo que realmente no existe tal significado y que por tanto toda su búsqueda está condenada al fracaso. Acababa de nacer el absurdismo.
Hoy día esto no nos parece tan gracioso, pero es que los filósofos de principios del siglo XX vendrían a ser hoy día el equivalente al adolescente virgen gafapasta adicto a internet que pasa todas las tardes viendo una y otra vez El Señor de los Anillos en versión original (sin subtitular, claro) hasta encontrar asombrosos mensajes ocultos en el guión.
El cachondo de Camus recopiló sus chistes en una recreación del mito griego de Sísifo, que llamó crípticamente "El mito de Sísifo". ADVERTENCIA: Lo siguiente es un spoiler sobre dicha obra.
Sísifo fue un próspero comerciante y navegante, que incrementaba su riqueza gastándoles bromas a sus competidores, como por ejemplo matarles y robarles. A los dioses les parecía que las bromas de Sísifo eran un poco pesadas, así que le pagaron con su misma moneda y lo mandaron al infierno, donde José Mota lo castigó a empujar una pesada roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la roca volvía a rodar cuesta abajo hasta su posición inicial. Esta broma era tan graciosa que no pudo resistir la tentación de hacerle repetir la representación no una o dos veces, sino por siempre, por toda la eternidad.
He aquí que Camus se nos revela como uno de los más exitosos humoristas que deben su éxito al recurso humorístico de la repetición, muy por delante de grandes figuras como Chiquito de la Calzada o Pedro Solbes, y ligeramente por debajo de Antonio Ozores. Por otra parte supone una magnífica práctica de oscilaciones forzadas. Camus, ¡qué gran físico!

La cosa es que en su momento fue un chiste tan exitoso e innovador que tiró por tierra el trabajo de muchos de sus compañeros, cuyo humor quedó enseguida obsoleto. Para que nos entendamos, fue más o menos lo mismo que pasó con hotmail cuando apareció gmail.



Ilustramos este hecho un cuadro de Édouard-Henri Avril, un paisano de Camus, que también nació en Argelia -60 años antes- y que también desarrolló su vida y su obra en París.

Desgranando el humor (III): La repetición
Desgranando el humor (II): Cinismo y sarcasmo
Desgranando el humor (I): La ironía

3 comentarios:

Burgomaestre dijo...

Me ha gustado mucho el texto.

Y también el cuadro, con esos trazos seguros, el logro de diferentes texturas mediante sutiles manchas de colores, el inicuo contraste de la luz entre el primer plano y el fondo, y el amor latente en la composición de las figuras principales.

davidlo dijo...

Lo mejor son las otras cabras pidiendo la vez.

Anónimo dijo...

Ese cuadro nos ayuda a imaginar el origen de la gripe porcina