jueves, 3 de septiembre de 2009

Desgranando el humor (X): meter una morcilla

Uno de los encantos del teatro es que cada actuación es distinta. Básicamente se trata de distintas matices en determinadas intencionalidades, cambios en la sensibilidad con la que se entonan las frases, dándole una riqueza interpretativa imposible de conseguir con un formato interpretativamente estático como es el cine, el “hermano mayor”. La auténtica riqueza artística del teatro es la consecución de la complicidad del espectador, conseguir llamar su atención teniendo como recurso la propia plasticidad expresiva del cuerpo, principalmente del suyo propio.


La variación interpretativa puede tener distintas naturalezas. Pudiera ser una alteración gestual no ensayada, surgida de la libre interpretación del actor, que puede constituir una genialidad y ser recordada con estremecimiento, o ser, en ciertos casos no tan afortunados, causa de justificada e implacable burla. Pudiera ser una alteración tonal, por introducción casual, y sin motivo aparente, de algún acento regional, o una alteración situacional, cuando de repente, por algún fallo, algún objeto o hecho relevante queda olvidado fuera de su ubicación espacial o temporal.


En nuestro empeño por analizar de una forma exhaustiva los fenómenos relacionados con el humor, prestaremos hoy una especial atención a las variaciones interpretativas que se producen en el propio texto representado.

Cuando esto ocurre al representar un texto consagrado, constituye sin duda una falta de respeto al autor. El instruido público, al reconocer la pifia, podrá permitirse una pedante y contenida sonrisa de superioridad.

Sin embargo cuando el propio actor es autor del propio texto, podemos decir que, moralmente, el actor no está usurpándole al docto espectador ni un ápice del texto original, pues si consideramos el texto como la plasmación escrita de una idea, de una intención, ¿cómo podemos decir cuándo es más veraz esa secuencia de frases? ¿La idea innovadora, surgida inspiradamente del calor del personaje, o la rígida, inflexible y fría a la par que tranquilizadora, textualidad? Sin contar con la poderosa fuerza con que esta triquiñuela, llamada en la jerga teatral “meter una morcilla” o “mearse en el guión”, puede convocar a un público gélido, ausente y ensimismado.


Ese gesto generoso del actor hacia su público, regalándole un matiz quizá irrepetible, es lo que hace realmente hermoso al teatro. Desde Pezones de Acero reivindicamos, cómo no, esta forma de hacer teatro. Sin este precioso recurso, a veces mágico, a veces simplemente aleatorio, nuestra historia como grupo no habría sido la misma.