martes, 5 de mayo de 2009

Historias Bizarras (II): La espera

Para calmar las recientes susceptibilidades manifestadas por algunos seguidores, encabezados por el egregio Sir Ivan Podubbny, intentaremos suavizar la situación con un poco de romanticismo facilón en el siguiente relato: La espera.

Ella miró a su amado a los ojos, se acercó, se acariciaron. Hicieron el amor allí mismo. La oscuridad los envolvía en aquel decrépito lugar.

- ¿Me esperarás?
- Te esperaré.

Antes de irse, él volvió la vista atrás, luego desapareció en la oscuridad. Y luego la larga espera. De vez en cuando alguien entraba y encendía la luz o dejaba algo de comida en la nevera, pero no reparaban en ella. Casi pensaba que fuera invisible. Y él no venía. Se sentía impotente al ver el enorme cartel publicitario sobre su cabeza, como una cruel burla del destino, un recordatorio fósil de otro tiempo. Y tenía hambre, a pesar de las náuseas que le provocaba caminar, sentarse y dormir sobre sus propias heces, oculta, presa, indefensa, asustada, frágil y languideciente.

Un día, no sabía cuánto después, sintió extraños temblores. Se dio cuenta de que le había llegado la hora y se sintió libre de aquella miserable existencia, de la desolación que le producía aquella ajena quietud. Se asfixiaba, y de alguna forma difícil de explicar aquello era casi agradable, liberador. A su alrededor todo se confundía en una vorágine de trastos antiguos, basura, latas vacías y botellas de cerveza. Quizá no le había tocado la mejor de las vidas, pero evaluando el conjunto, podía decir que había sido buena.

No había viajado mucho, era cierto, de hecho no había pasado de la esquina de la calle, pero había vivido una vida en paz con ella misma y con los demás. No había tenido abundancia, pero siempre había habido algún resto de fruta que llevarse a la boca, un charco del que lamer, alguna revista abandonada para pasear por sus hojas gastadas. Se podría decir que había vivido una existencia moderadamente libre.

Mientras perdía la visión, se reafirmó en su idea de que no había sido buena idea abandonar su antigua morada. No tenía vistas al exterior, era cierto. Y aparte estaba lo de la omnipresente humedad y el hedor pestilente, a los que ya casi se había acostumbrado. Si por ella fuera se habría quedado para siempre allí, fue él quien la arrastró en su ímpetu por encontrar un lugar mejor. Él, con su ansia de aventura, su amor a lo desconocido, sus ganas irremediables de explorar nuevos horizontes más allá de su pequeño y predecible paraíso decadente. Él, que la había dejado allí, indefensa, expectante, sumida en dudas. Con ganas de olvidarlo todo y echar a correr en cualquier dirección un día de éstos, de empezar de nuevo en algún desapercibido lugar y volver a ser una anónima cobardía ausente.

- ¿Me esperarás?
- Te esperaré.

Y después pasaron los días, primero fueron largos y cuajados de ansiedad, luego el tedio lo cubrió todo y la transición entre luz y oscuridad fue un mero trámite que cumplir. Y él no venía.

Su último suspiro fue para él. Recordó su porte elegante, su sano color caoba, su buen humor cada mañana. Su alegre corretear por las paredes con sus gráciles patitas.






- ¿Me esperarás?
- Te esperaré.








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6 comentarios:

Sir Ivan Poddubny dijo...

Señores, quiero agradecerles el cambio de rumbo que han tomado.

Uno, que es señor de buena familia y educación ortodoxa, tuvo la consideración de advertir verbalmente en primer lugar, pero no tengan duda en que usaré todo mi tríceps para aporrearles al estilo Bud Spencer (desternillante a la par de letal) si vuelven a propasarse.

Salud!
Sir Ivan Poddubny

PaDi dijo...

Lo tendremos en cuenta señor Poddubny.
Le indico, además, que la foto referida en este artículo fue realizada en la cocina de un local, del que no revelaremos su identidad, en el que actuamos.

Burgomaestre dijo...

Estaba bebiendo agua cuando leía la historia y casi se me sale por la nariz al final.

Qué recuerdos me trae esa foto...

Anónimo dijo...

Creo que es lo mas lacrimògeno que he leido desde "los puentes de Madison"

Monty dijo...

Recuerdos y asco... que nos tuvimos que cambiar ahí dentro, minimizando el espacio a tocar de tan tistre almacén

davidlo dijo...

Le agradezco su gentil comentario, señor Poddubny, y dada su exquisita educación humanista y sus delicados modales, le pido perdón por el empleo de expresiones soeces como por ejemplo "hacer el amor". Reciba un fuerte y viril abrazo.